Los indígenas fueron sus primeros amigos; le confiaron secretos, le enseñaron el cuidado del chuapo, esa palma alta con espesas hojas y tallo delgado, que se ofrece con plena generosidad y sin exigencia alguna. Aprendió a reconocer hembras de palma y el ritual de las raíces. Cuando llegaba la luna creciente, no se comprometía a trabajarle a nadie. Se lo veía pasar con los gajos de chuapo. Vicente se quedaba en su casa y pasaba largas horas en el fogón de leña poniendo en práctica los secretos revelados. Les arrancaba las hojas y las ponía a cocinar. Se adentraba por el rastrojo llevando en sus manos las hojas deshechas. Regresaba en la noche.
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